jueves, agosto 14, 2008

Revistas de sueños, artefactos voladores, luchas de niños


Creo que comencé soñando que nos juntábamos con unos amigos para ir a buscar unas revistas recién enviadas de New York. No se porqué las enviaban desde allá pero nosotros la editábamos. Llegamos a la casa de quien las tenía y nos trajo una caja donde sacó tres ejemplares y nos dio uno a cada uno. Asombrados, felices y conformes, pues nosotros la editábamos, comenzamos a mirarlas y nos sentimos como si cada página era como entrar en un maravilloso sueño. La portada era cuché y las hojas interiores de una especie de papel reciclado que contenían puros dibujos, pinturas espectaculares, algunos comics, otros poemas reproducidos directamente de la copia mano escrita de los autores, combinaciones de colores y formas de gran talento. Le preguntábamos entonces si nos podíamos llevar los ejemplares y el responsable decía que la primera para nosotros era a mil pesos y las demás, como a todos, a dos mil pesos. A mi me dijo, No Patricio, para ti es gratis. Yo me negué y le pague los mil pesos y le pedí números anteriores.

Después, la misma noche, soñé que estábamos en la calle y el silencio era destruido por el terrible ruido de aviones de guerra. Pasaban a mil por hora dejando solo una huella blanca en el cielo y la incertidumbre y miedo en nosotros. Luego veíamos una especie de barco carguero en el cielo, pero no era un barco era un helicóptero, enorme, civil, pintado como los barcos, rojo abajo y blanco arriba. En el sueño, cerca del helicóptero, de pronto vimos que venía cayendo un satélite. Intuimos que caería cerca de nosotros y explotaría. Entonces nos tiramos detrás de una muralla mientras sentíamos la enorme explosión y las llamas y humo. Justo en ese momento se comenzó a esparcir un gas y yo ingrese corriendo a la casa que también se comenzaba a llenar de gas. Intente refugiarme en el baño, pero ya estaba lleno de gas. Fue en ese momento que me fui a mi pieza, la cual estaba limpia, ordenada, sin gas. Y en la ventana se reflejaba entre la verde sombra de los árboles, un día hermoso de verano. Allí me quedé.

Desperté mirando como el resplandor de la luna casi llena era cubierto por rápidas nubes que en el sur serían nubes de lluvia, pero acá en Santiago son solo amenazas. Mirando la Luna cada vez más cerca del suelo, me quedé dormido otra vez.

Antes del amanecer soñé que todos estábamos en la calle jugando a darnos patadas y luchábamos entre nosotros. Pero luego rápidamente se armó un círculo donde cualquiera ingresaba al centro y solicitaba pelear con cualquier otro, u otra, porque de igual a igual habían mujeres y hombres. Las peleas no duraban más allá de un minuto y algunas eran con certeros y fuertes golpes o llaves y las otras simplemente empujones y amenazas. Me di cuenta que todos retaban a salir al ruedo a la Ana que era una luchadora espectacular. Le dije eso a su novio, éste dijo nada y Ana siguió feliz de la vida luchando con quien la retará o a quien ella sacara a pelear.

Desperté y no tuve tiempo de escribir. Esto lo escribo cuando otra vez llega la noche.

sábado, agosto 02, 2008

VAMOS A VOLAR



Soñé con mi abuela, con la AMI:

Mirando como se consumían las últimas brasas, entre sueño y sueño y los carbones, siempre tratando de protegerme la espalda del frió, había escuchado que algunas gentes volaban. Algunas personas contaban historias de chilotes que habían logrado elevarse luego de ponerse un chaleco fabricado con piel humana. Los chilotes coincidían en esa posibilidad, pero no se ponían de acuerdo acerca del tipo de piel que era necesario utilizar para tejer ese traje. Algunos decían que era de una persona no nata, otros afirmaban que era de un pedazo de piel de “angelito”, de un niñito o niñita fallecida, aquellos señalaban que era de piel de virgen y algunos aclaraban la confusión afirmando que era de piel de abuela guacha.

Eso decían los chilotes.

Habían historias del nortinos que aseguraban que los que podían volar eran gentes que había logrado hacerse una capa con la tela de las prendas de mil putas. No había que usar sombrero decían los nortinos, que siempre lo usaban. Sí, decía el nortino, así es. Había que juntar pequeños retazos de tela de encaje o de ropa íntima de las camareras de las zonas donde la minería reinaba. Luego de armar una capa interesante, debías aplicarte y pasear por los cementerios rodeados de perros vagos, jaurías salvajes del desierto que saqueaban los camposantos en busca de comida. Saqueaban los cementerios institucionales.

Para que la capa pudiese tener el arte de las nubes, tenías que tenerla lista para cuando una cabrona fuese sepultada, decían los nortinos.

Ese día, al arrebol y antes que los jaurías escarbasen las carnes de la Señora sepultada en el cementerio institucional, el postulante a aviador debía pasearse por el cementerio hasta que sienta que ya no pisaba tierra. Los perros lo perseguirían, pero él ya estaría en los cielos y de esa forma se salvaría de la jauría.

Los nortinos trataban de convencer, que los más viejos podían volar incluso llevando su sombrero. Y afirmaban que esa era una forma trágica de volar.

En los bosques que en su tiempo cubrieron Rahue y Osorno, en Chauracahuin, las primaveras eran maravillosas. Era fácil volar, pero antes de eso había que aprender a nadar y recorrer el río de esa zona. Luego de nadar y de llegar buceando hasta el fondo del río había que salir a toda velocidad de esa agua con los ojos abiertos en busca del aire y del cielo. Cuando se lograba realizar esas maniobras, él o la gentil por volar, podía entonces pedirle a la comunidad que le enseñe esos trucos.
Entonces, en esas ocasiones no había más remedio que informarle al interesado que tenía que buscar el árbol de corteza transparente, delicada como la medición del tiempo, más fina y delgada que las cosas que pasan de repente y no se ven.

Le decían al casipájaro, tienes que fabricar tus alas como quieras, como puedas. Eso era lo único que le decían. Al poco tiempo, el que era novato, luego de venir del fondo del río mirando al sol, a gran velocidad, lograba salir del agua y volar un buen trecho con los ojos cerrados.

La Amí decía que cuando se vuele, había que abrir los ojos. porque volar era tan maravilloso que se podía uno acostumbrar.

Y si se llevaba los ojos cerrados era facil quedarse pegado al vuelo.

La AMI nunca nos dijo, o por lo menos a mi nunca me dijo, donde estaba ese árbol de la corteza transparente.