sábado, agosto 02, 2008

VAMOS A VOLAR



Soñé con mi abuela, con la AMI:

Mirando como se consumían las últimas brasas, entre sueño y sueño y los carbones, siempre tratando de protegerme la espalda del frió, había escuchado que algunas gentes volaban. Algunas personas contaban historias de chilotes que habían logrado elevarse luego de ponerse un chaleco fabricado con piel humana. Los chilotes coincidían en esa posibilidad, pero no se ponían de acuerdo acerca del tipo de piel que era necesario utilizar para tejer ese traje. Algunos decían que era de una persona no nata, otros afirmaban que era de un pedazo de piel de “angelito”, de un niñito o niñita fallecida, aquellos señalaban que era de piel de virgen y algunos aclaraban la confusión afirmando que era de piel de abuela guacha.

Eso decían los chilotes.

Habían historias del nortinos que aseguraban que los que podían volar eran gentes que había logrado hacerse una capa con la tela de las prendas de mil putas. No había que usar sombrero decían los nortinos, que siempre lo usaban. Sí, decía el nortino, así es. Había que juntar pequeños retazos de tela de encaje o de ropa íntima de las camareras de las zonas donde la minería reinaba. Luego de armar una capa interesante, debías aplicarte y pasear por los cementerios rodeados de perros vagos, jaurías salvajes del desierto que saqueaban los camposantos en busca de comida. Saqueaban los cementerios institucionales.

Para que la capa pudiese tener el arte de las nubes, tenías que tenerla lista para cuando una cabrona fuese sepultada, decían los nortinos.

Ese día, al arrebol y antes que los jaurías escarbasen las carnes de la Señora sepultada en el cementerio institucional, el postulante a aviador debía pasearse por el cementerio hasta que sienta que ya no pisaba tierra. Los perros lo perseguirían, pero él ya estaría en los cielos y de esa forma se salvaría de la jauría.

Los nortinos trataban de convencer, que los más viejos podían volar incluso llevando su sombrero. Y afirmaban que esa era una forma trágica de volar.

En los bosques que en su tiempo cubrieron Rahue y Osorno, en Chauracahuin, las primaveras eran maravillosas. Era fácil volar, pero antes de eso había que aprender a nadar y recorrer el río de esa zona. Luego de nadar y de llegar buceando hasta el fondo del río había que salir a toda velocidad de esa agua con los ojos abiertos en busca del aire y del cielo. Cuando se lograba realizar esas maniobras, él o la gentil por volar, podía entonces pedirle a la comunidad que le enseñe esos trucos.
Entonces, en esas ocasiones no había más remedio que informarle al interesado que tenía que buscar el árbol de corteza transparente, delicada como la medición del tiempo, más fina y delgada que las cosas que pasan de repente y no se ven.

Le decían al casipájaro, tienes que fabricar tus alas como quieras, como puedas. Eso era lo único que le decían. Al poco tiempo, el que era novato, luego de venir del fondo del río mirando al sol, a gran velocidad, lograba salir del agua y volar un buen trecho con los ojos cerrados.

La Amí decía que cuando se vuele, había que abrir los ojos. porque volar era tan maravilloso que se podía uno acostumbrar.

Y si se llevaba los ojos cerrados era facil quedarse pegado al vuelo.

La AMI nunca nos dijo, o por lo menos a mi nunca me dijo, donde estaba ese árbol de la corteza transparente.